En nuestra sociedad, la maternidad es considerada como un poder que tiene la mujer, algo innato, y cuesta entender que este “poder”, con el que se cuenta desde niñas, no sea real. El retraso en la edad de la maternidad es una de las principales causas de infertilidad; sabemos que a partir de los 35 años las posibilidades de lograr un embarazo de forma natural se van reduciendo, pero hoy día, la edad a la que una mujer intenta tener su primer hijo ronda los 33 años, y muchas lo hacen cerca de los 40, porque lo que ese embarazo, con el contaban, no llega.
La mujer siente que ha perdido el control, y centra su vida en conseguirlo, dejando a un lado la familia, el deporte, el trabajo, sus relaciones sociales y de pareja, es decir, sus rutinas. Dejar de hacer cosas gratificantes es más perjudicial que beneficioso, ya que, en un momento de estrés como el que se vive cuando se pasa por un proceso de reproducción asistida, la mujer necesita esos estímulos positivos.
Por otro lado, surgen varias emociones negativas, la ansiedad, la culpa, la rabia, la desesperanza, el miedo, … y la gestión de estas determinará como se va a vivir todo el proceso de la reproducción asistida. Las emociones negativas son inevitables, pero está demostrado que, si la mujer o la pareja acepta la situación, si afrontan los tratamientos de forma positiva, el tratamiento es más efectivo y tienen más adhesión a él. Aceptar la situación es, entre otras cosas, liberarse de la culpa, entender que nadie es responsable de tener baja reserva ovárica, las Trompas de Falopio obstruidas o endometriosis, factores, todos estos, que pueden causar infertilidad.
La psicóloga aconseja acudir a un especialista para hablar de cómo esta viviendo el proceso, ya que ni con el equipo médico ni con su entorno más cercano se abre como lo hace con un terapeuta.
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